Enroque largo VII

22 de mayo

Sus ojos eran una réplica exacta. No solo esa impresión de estar viendo piedras en tonos verde azulados, fue que vi el mismo cansancio aferrándose en su mirada, abatida por una enfermedad que no daba ni un minuto de solaz. Disimulé lo mejor que pude y le mostré la tienda como a cualquier otro cliente. De no haber sido por su voz, que era muy diferente a la de mi madre, hubiese pensado que me hallaba delante de ella. Nos despedimos en breve y con algo de dificultad la señora abandonó el local. Luego de eso me encerré en el baño por un momento, luché y fui capaz de reprimir una tristeza que daba por soterrada.

Me fui pensando en eso todo el camino de regreso. No solté ni una lágrima en el biotren, ni una sola cruzando la pasarela. Llegué abatido a mi casa. Metí a duras penas la llave en la cerradura y tuve que apoyarme sobre las rejas. Sentí que se me desplomaban las nubes encima. Lloré como aquella noche mamá, en la que te di un último beso en la frente helada y después cubrí tu cara con las sábanas.

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