Las máquinas

La máquina de escribir se encorva encima del humano y empieza a escribirlo. El humano en blanco no le intimida y lo ataca sin compasión, cual fiera jugando con su presa moribunda. En poco tiempo entiende que este humano es una intrigante novela, llena de nostalgia, malvados personajes y emociones incomprensibles. Los tipos martillean con voracidad sobre su piel, tatuándola con historias tan enrevesadas que ni la máquina misma entiende muy bien hacia dónde va su creación. Pero no es algo que importe, y no se escribe al humano pensando en que otras máquinas de escribir vayan a leerlo. Lo interesante del asunto es que este libro humano se relacionará con otros. Habrán muchos que lo ignorarán por completo, y algunos, para bien o para mal, se hundirán sin remedio entre sus páginas.

Otra noche más

El insomnio es como una trinchera de la cual no hay escapatoria. Son las balas que se acercan, el suelo temblando bajo una marcha acompasada. Un frío miserable abraza mi herida expuesta. Barro hasta las rodillas, las prendas húmedas y un olor a ausencia. Mientras duermes yo libro una batalla, contra el peor asedio que existe. Soy la hueste enemiga y al mismo tiempo la bandera blanca temerosa. Soy todo menos paz, todo salvo tregua. La noche se disuelve a través de mi ventana, y me adelanto una vez más a esa explosión terrible que es la alarma de las siete.

La hora del pez gordo

Cayó la noche y los dos mafiosos se juntaron en el lugar acordado. Tenían sendas estrategias para resolver el conflicto. Uno de ellos escondió una grabadora en el bolsillo de su abrigo y rezó para que todo saliera de acuerdo a lo planeado. Era la única oportunidad que tenía para salvar a el Don.

Un par de horas después, la grabación fue escuchada por la mano derecha del jefe. Éste pensó que, en efecto, estaba ante un pedazo de evidencia irrefutable. En la cinta quedaba clara la confesión de traición, e incluso se podían escuchar los disparos que abatieron al portador de la grabadora, disparos del arma que ahora yacía mansa en su escritorio.

Decisión ligera

Nunca lo volví a ver. Lo último que supe fue que compró una aguja para coser en el bazar de la esquina. Supongo que una aguja era todo lo que necesitaba. El pobre tenía depresión y algunos incluso vieron su primer intento: Una semana antes se había lanzado desde la azotea del edificio en el que vivía, y los testigos afirmaron haberlo visto flotando como un globo.

Lluvia

Todos nos hemos empapado alguna vez por las razones equivocadas. También hay buenas formas de empaparse. Puede haber delicia en el acto, puede haber nostalgia. Salí sin chaleco a la calle, sin cortavientos, sin paraguas. Me gustaría decir que sin tristeza, pero desde que lo vi por la ventana a ese callejero, sentí yo mismo un terrible abandono. Cerré la reja tras de mí y caminamos juntos un par de cuadras. Si estuviera en la situación de aquel perro, pensé, yo que soy tan humano, tan odiosamente rencoroso, me sería imposible no empaparme de amargura con esta lluvia. Pero lo vi a ese quiltro anónimo y me conmovió percibirlo así, tan empapado de esperanza.

Espesura

Levantó el arma y miró a través de ella. Disparó antes de que fuera demasiado tarde. Dos, tres, cuatro, así hasta que perdió la cuenta. Emprendió la retirada y revisó todas las imágenes. En ellas capturó la veteranía de los pinos, el aroma a tierra húmeda, incluso el temor a lo que no se conoce. Pero en ninguna de las fotografías tomadas había rastro de eso que le había sonreído.

La chica del fondo del pasillo

Un brazo desganado se estira lo justo para dar con la mesita de noche. Para la colilla no queda esperanza; índice y pulgar elevan el vestigio a la altura de un par de ojos hinchados. Una semana más tarde será mayor de edad. Le es nocivo pensar que entre esa idea y el pulgar quemado apenas caben dos caladas. Ella fuma porque el humo es un buen pretexto, no se les vaya a cruzar por la cabeza que estuvo llorando. Y es algo más que un camuflaje, resulta necesario para justificar las paredes mal pintadas de esa habitación, el intento de estirar las sábanas y esa almohada, que no es suya y que es engañosamente blanca.