El 20 de diciembre de este año 2022 publicaré un libro en formato pdf. Será totalmente gratuito y tendrá textos inéditos. Si quieres una copia, envíame un mensaje por Instagram (@letrasparaquemar) o al siguiente correo: ridelv95@gmail.com
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La máquina de escribir se encorva encima del humano y empieza a escribirlo. El humano en blanco no le intimida y lo ataca sin compasión, cual fiera jugando con su presa moribunda. En poco tiempo entiende que este humano es una intrigante novela, llena de nostalgia, malvados personajes y emociones incomprensibles. Los tipos martillean con voracidad sobre su piel, tatuándola con historias tan enrevesadas que ni la máquina misma entiende muy bien hacia dónde va su creación. Pero no es algo que importe, y no se escribe al humano pensando en que otras máquinas de escribir vayan a leerlo. Lo interesante del asunto es que este libro humano se relacionará con otros. Habrán muchos que lo ignorarán por completo, y algunos, para bien o para mal, se hundirán sin remedio entre sus páginas.
Sus ojos eran una réplica exacta. No solo esa impresión de estar viendo piedras en tonos verde azulados, fue que vi el mismo cansancio aferrándose en su mirada, abatida por una enfermedad que no daba ni un minuto de solaz. Disimulé lo mejor que pude y le mostré la tienda como a cualquier otro cliente. De no haber sido por su voz, que era muy diferente a la de mi madre, hubiese pensado que me hallaba delante de ella. Nos despedimos en breve y con algo de dificultad la señora abandonó el local. Luego de eso me encerré en el baño por un momento, luché y fui capaz de reprimir una tristeza que daba por soterrada.
Me fui pensando en eso todo el camino de regreso. No solté ni una lágrima en el biotren, ni una sola cruzando la pasarela. Llegué abatido a mi casa. Metí a duras penas la llave en la cerradura y tuve que apoyarme sobre las rejas. Sentí que se me desplomaban las nubes encima. Lloré como aquella noche mamá, en la que te di un último beso en la frente helada y después cubrí tu cara con las sábanas.
El insomnio es como una trinchera de la cual no hay escapatoria. Son las balas que se acercan, el suelo temblando bajo una marcha acompasada. Un frío miserable abraza mi herida expuesta. Barro hasta las rodillas, las prendas húmedas y un olor a ausencia. Mientras duermes yo libro una batalla, contra el peor asedio que existe. Soy la hueste enemiga y al mismo tiempo la bandera blanca temerosa. Soy todo menos paz, todo salvo tregua. La noche se disuelve a través de mi ventana, y me adelanto una vez más a esa explosión terrible que es la alarma de las siete.
Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos, me hallé en uno de estos pasillos que parecen infinitos. Se divisan varios niveles hacia arriba y hacia abajo. Se pierden en la oscuridad. Y que curioso que no hayan velas ni luminarias, porque puedo ver como si una lámpara tuviera. A un costado, negrura inmensa, un abismo el cual quema como un sol mirar. Me aparto de las barandas y sigo caminando. Del lado opuesto, estanterías repletas de libros, de piso a techo. Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Solo se puede avanzar o retroceder, pero lo mismo parece tan distinto. Lo recto parece tan confuso y enredado. Estoy perdido.
Encontré un alma leyendo libros y dialogamos. Le pregunté cuántos libros había leído. Me dijo que no sabía y me llamó humano. Le pregunté qué era un humano y por qué me llamaba de tal forma.
—A los humanos les gusta contar y hacer preguntas. Si pudieran, contarían el vacío y le harían preguntas a las estrellas.
—¿Estrellas?
—Las verás a tu izquierda, si miras lo suficientemente lejos.
Solo vi penumbra.
—No veo nada.
—Lo que ves es tu miedo. Más allá de tu temor están las estrellas.
Me concentré pero solo vi tinieblas.
—No comprendo.
—Tendrás que saltar.
—¿Al abismo? ¡De ninguna manera!
—Que humano más humano.
Dijo esto y saltó. La oscuridad lo engulló y de pronto fue como si nunca hubiese estado.
Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos…
En el parque una chica de veintipico años mira embobada a su pareja, le da un abrazo y le dice que pasa muy rápido el tiempo. Sentado a pocos metros, un anciano ve la escena. Saca de su billetera una vieja fotografía y le dice, lleno de nostalgia, que la chica tiene razón.
Cayó la noche y los dos mafiosos se juntaron en el lugar acordado. Tenían sendas estrategias para resolver el conflicto. Uno de ellos escondió una grabadora en el bolsillo de su abrigo y rezó para que todo saliera de acuerdo a lo planeado. Era la única oportunidad que tenía para salvar a el Don.
Un par de horas después, la grabación fue escuchada por la mano derecha del jefe. Éste pensó que, en efecto, estaba ante un pedazo de evidencia irrefutable. En la cinta quedaba clara la confesión de traición, e incluso se podían escuchar los disparos que abatieron al portador de la grabadora, disparos del arma que ahora yacía mansa en su escritorio.
En ocasiones siento que las historias se tejen a sí mismas, que la intervención de sus actores no es más que la maniobra premeditada sobre un telar. Podía pasar horas viéndola dibujando ojos y sentía que era algo del destino, que más temprano que tarde, cada trazo hecho en el papel terminaría reflejado en su pupila y luego en la mía. Esos hilos que me arrastraron con ella, me enseñaron cosas. Aprendí con mucho dolor que a veces, la imagen mental que tenemos de alguien dista mucho de lo que realmente es. Todos jugamos a lo mismo. Creemos saber bien las reglas, pero cuando perdemos, miramos en torno y decimos que alguien nos hizo trampa. Tampoco indagamos en el asunto, no es placentero descubrir que nuestra percepción es un cadalso, y la justificación que damos, a menudo termina siendo nuestro reflejo en el filo de la guillotina.
Nos había dado por aprender a jugar cuando vimos la serie Gambito de dama. Éramos muy malos, pero disfrutabamos el ajedrez. Yo hasta hice trampa y vi unos videos a escondidas, para tener algo de ventaja. No era que supiera lo que estaba haciendo pero intentaba siempre jugar a la defensiva. Cuidaba cada una de mis piezas como si tuvieran alma, como si al ser capturadas vivieran un terrible martirio del cual eran conscientes. Ella, en cambio, era mucho más alocada para jugar y estaba dispuesta a todo con tal de aniquilar al enemigo. Le encantaban los sacrificios y enredos tales que al final ni ella entendía bien qué era lo que estaba sucediendo en el tablero. Cuando le desarmaba un ataque prometedor, se aburría de inmediato y dejábamos de jugar. Parece que es cierto eso que dicen, que el estilo de un ajedrecista es similar a la personalidad que uno tiene en la vida real.
Autorretrato como alegoría a la pintura – Artemisia Gentileschi, 1630.
Es muy probable que no sepas quien fue Artemisia Gentileschi, o que nunca hayas visto las oscuras pinceladas que marcharon sobre parte de su obra. Y si lo hiciste ignorando la historia que vas a leer a continuación, puede que aún así hayas sentido el peso de las tinieblas con las que batalló Artemisia en su temprana adultez.
Nacida en Roma, en 1593, se codeó desde temprana edad con grandes artistas italianos, entre ellos su propio padre; Orazio Gentileschi, gran exponente de la escuela de Caravaggio. En el año 1610 y con tan solo diecisiete años de edad firma su primera obra, titulada «Susana y los viejos». Esta pintura fue quizá una suerte de presagio nefasto, una denuncia muda de la artista.
Susana y los viejos – Artemisia Gentileschi, 1620.
Poco tiempo después y pese a su extraordinario talento, Artemisia no pudo continuar sus estudios de manera tradicional ya que las academias de arte estaban totalmente prohibidas para las mujeres. Orazio, preocupado y deseando que su hija desarrollara su máximo potencial pese a una sociedad que le era injusta, habló en privado con uno de los hombres con quien trabajaba en ese entonces; Agostino Tassi, y le pidió que fuera el nuevo maestro privado de su hija. Esta sería una decisión de la cual Orazio y Artemisia se arrepentirían poco tiempo después.
En 1611 Artemisia es violada por Tassi. De este suceso tan lamentable existe un registro detallado; del crudo testimonio de la artista, los aberrantes métodos del tribunal para comprobar la veracidad de su acusación, y la ínfima condena que recibió el violador.
«…me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mí el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne.»
Testimonio de Artemisia Gentileschi en el juicio contra Agostino Tassi.
Judith decapitando a Holofernes – Artemisia Gentileschi, 1620.
En la pintura superior se puede apreciar la oscuridad y la sed de venganza que había en el alma de la artista. Hay que recordar que esta escena ya había sido pintada antes, pero si la comparamos con la de Caravaggio, por ejemplo, veremos que el enfoque de Artemisia es uno mucho más crudo y violento: La mujer que entierra la espada en la garganta de Holofernes está mucho más decidida, y la acompañante incluso le ayuda a someter al general asirio.
Sin duda alguna, Artemisia fue una genio y una mujer admirable. Compitió de igual a igual con los mejores artistas masculinos de su época, en un contexto histórico en el que la mujer tenía mucho en su contra. Artemisia viajó mucho y tuvo una gran carrera como artista, dejando huella en todos lados. Logró sobrellevar un evento traumático, convirtiéndolo en pólvora que disparó en varias de sus obras, las cuales a día de hoy podemos sentir, disfrutar y reflexionar. Para muchas personas, Artemisia es un verdadero símbolo del feminismo, la fortaleza y el arte.
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