La máquina de escribir se encorva encima del humano y empieza a escribirlo. El humano en blanco no le intimida y lo ataca sin compasión, cual fiera jugando con su presa moribunda. En poco tiempo entiende que este humano es una intrigante novela, llena de nostalgia, malvados personajes y emociones incomprensibles. Los tipos martillean con voracidad sobre su piel, tatuándola con historias tan enrevesadas que ni la máquina misma entiende muy bien hacia dónde va su creación. Pero no es algo que importe, y no se escribe al humano pensando en que otras máquinas de escribir vayan a leerlo. Lo interesante del asunto es que este libro humano se relacionará con otros. Habrán muchos que lo ignorarán por completo, y algunos, para bien o para mal, se hundirán sin remedio entre sus páginas.
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Otra noche más
El insomnio es como una trinchera de la cual no hay escapatoria. Son las balas que se acercan, el suelo temblando bajo una marcha acompasada. Un frío miserable abraza mi herida expuesta. Barro hasta las rodillas, las prendas húmedas y un olor a ausencia. Mientras duermes yo libro una batalla, contra el peor asedio que existe. Soy la hueste enemiga y al mismo tiempo la bandera blanca temerosa. Soy todo menos paz, todo salvo tregua. La noche se disuelve a través de mi ventana, y me adelanto una vez más a esa explosión terrible que es la alarma de las siete.
El bucle
Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos, me hallé en uno de estos pasillos que parecen infinitos. Se divisan varios niveles hacia arriba y hacia abajo. Se pierden en la oscuridad. Y que curioso que no hayan velas ni luminarias, porque puedo ver como si una lámpara tuviera. A un costado, negrura inmensa, un abismo el cual quema como un sol mirar. Me aparto de las barandas y sigo caminando. Del lado opuesto, estanterías repletas de libros, de piso a techo. Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Solo se puede avanzar o retroceder, pero lo mismo parece tan distinto. Lo recto parece tan confuso y enredado. Estoy perdido.
Encontré un alma leyendo libros y dialogamos. Le pregunté cuántos libros había leído. Me dijo que no sabía y me llamó humano. Le pregunté qué era un humano y por qué me llamaba de tal forma.
—A los humanos les gusta contar y hacer preguntas. Si pudieran, contarían el vacío y le harían preguntas a las estrellas.
—¿Estrellas?
—Las verás a tu izquierda, si miras lo suficientemente lejos.
Solo vi penumbra.
—No veo nada.
—Lo que ves es tu miedo. Más allá de tu temor están las estrellas.
Me concentré pero solo vi tinieblas.
—No comprendo.
—Tendrás que saltar.
—¿Al abismo? ¡De ninguna manera!
—Que humano más humano.
Dijo esto y saltó. La oscuridad lo engulló y de pronto fue como si nunca hubiese estado.
Yo sigo caminando, caminé y caminaré. No lo sé. Tengo la sensación de haber estado en otro lugar antes de esto. Solo sé que todo se apagó y cuando volví a abrir mis ojos…
Los tiempos
En el parque una chica de veintipico años mira embobada a su pareja, le da un abrazo y le dice que pasa muy rápido el tiempo. Sentado a pocos metros, un anciano ve la escena. Saca de su billetera una vieja fotografía y le dice, lleno de nostalgia, que la chica tiene razón.
La hora del pez gordo
Cayó la noche y los dos mafiosos se juntaron en el lugar acordado. Tenían sendas estrategias para resolver el conflicto. Uno de ellos escondió una grabadora en el bolsillo de su abrigo y rezó para que todo saliera de acuerdo a lo planeado. Era la única oportunidad que tenía para salvar a el Don.
Un par de horas después, la grabación fue escuchada por la mano derecha del jefe. Éste pensó que, en efecto, estaba ante un pedazo de evidencia irrefutable. En la cinta quedaba clara la confesión de traición, e incluso se podían escuchar los disparos que abatieron al portador de la grabadora, disparos del arma que ahora yacía mansa en su escritorio.
Enroque largo VI
15 de mayo
En ocasiones siento que las historias se tejen a sí mismas, que la intervención de sus actores no es más que la maniobra premeditada sobre un telar. Podía pasar horas viéndola dibujando ojos y sentía que era algo del destino, que más temprano que tarde, cada trazo hecho en el papel terminaría reflejado en su pupila y luego en la mía. Esos hilos que me arrastraron con ella, me enseñaron cosas. Aprendí con mucho dolor que a veces, la imagen mental que tenemos de alguien dista mucho de lo que realmente es. Todos jugamos a lo mismo. Creemos saber bien las reglas, pero cuando perdemos, miramos en torno y decimos que alguien nos hizo trampa. Tampoco indagamos en el asunto, no es placentero descubrir que nuestra percepción es un cadalso, y la justificación que damos, a menudo termina siendo nuestro reflejo en el filo de la guillotina.
Decisión ligera
Nunca lo volví a ver. Lo último que supe fue que compró una aguja para coser en el bazar de la esquina. Supongo que una aguja era todo lo que necesitaba. El pobre tenía depresión y algunos incluso vieron su primer intento: Una semana antes se había lanzado desde la azotea del edificio en el que vivía, y los testigos afirmaron haberlo visto flotando como un globo.
Macabro amor
Aquella pareja era una molestia para los guardias. Al caer la noche se colaban a escondidas en el cementerio y le contaban chistes a las tumbas. Solo dos carcajadas eran escuchadas, la de él y la de ella. No se le podía exigir más a un público tan frío.
Espesura

Levantó el arma y miró a través de ella. Disparó antes de que fuera demasiado tarde. Dos, tres, cuatro, así hasta que perdió la cuenta. Emprendió la retirada y revisó todas las imágenes. En ellas capturó la veteranía de los pinos, el aroma a tierra húmeda, incluso el temor a lo que no se conoce. Pero en ninguna de las fotografías tomadas había rastro de eso que le había sonreído.
La chica del fondo del pasillo
Un brazo desganado se estira lo justo para dar con la mesita de noche. Para la colilla no queda esperanza; índice y pulgar elevan el vestigio a la altura de un par de ojos hinchados. Una semana más tarde será mayor de edad. Le es nocivo pensar que entre esa idea y el pulgar quemado apenas caben dos caladas. Ella fuma porque el humo es un buen pretexto, no se les vaya a cruzar por la cabeza que estuvo llorando. Y es algo más que un camuflaje, resulta necesario para justificar las paredes mal pintadas de esa habitación, el intento de estirar las sábanas y esa almohada, que no es suya y que es engañosamente blanca.